Ventana del calendario de adviento
el 17de diciembre
Un Encanto Navideño en el Taller de los Duendes
Érase una vez en un pequeño y nevado pueblito, donde las luces de las casas brillaban como estrellas en el cielo nocturno, y el aroma a canela y galletas recién horneadas flotaba en el aire como una manta cálida. En medio de este escenario mágico vivía un duende navideño muy especial llamado Anton y su mejor amiga Antonia. No solo eran duendes, también eran apasionados panaderos de galletas – se notaba por las huellas de harina que siempre dejaban por donde pasaban.
El sol invernal enviaba rayos suaves a través de las ventanas del taller de los duendes, y Anton no podía esperar para comenzar la temporada navideña con una gran jornada de horneado. “¡Antonia!”, exclamó emocionado al entrar por la puerta de su cabañita de madera. “¡Hoy es el día perfecto para hornear! ¡Los copos de nieve bailan afuera como pequeñas hadas!”
Antonia ya estaba sentada a la mesa, rodeada de una colorida selección de ingredientes: tazones con nueces, frutas secas y glaseado de colores por todos lados. El dulce aroma de la vainilla se posaba sobre sus narices como un abrazo amistoso. “¡Ya tengo las mejores recetas de galletas navideñas! ¡Vamos a comenzar!” Sus ojos brillaban de emoción mientras organizaba los ingredientes con destreza.
Mientras conversaban y reían, Anton y Antonia mezclaban la masa. Sus manos estaban cubiertas de una masa dorada y mantequillosa, que se sentía tan suave como un suéter de invierno. Daban forma a pequeñas estrellas y corazones mientras el irresistible aroma de las galletas recién horneadas llenaba la habitación. “¿Sabes?”, dijo Anton con una sonrisa pícara, “¡apuesto a que nuestras galletas son tan ricas que hasta Santa Claus vendrá a visitarnos!”
Cuando por fin pusieron sus obras maestras sobre la mesa—hombrecitos de jengibre con brillo y suaves cuernitos de vainilla—el lugar parecía un sueño hecho de azúcar y alegría. Cada mordida era una fiesta para los sentidos: el sabor dulce acariciaba sus lenguas mientras la textura crujiente se deshacía en la boca y liberaba un estallido de sabor navideño. Rieron y compartieron sus creaciones con un vasito de ponche de manzana caliente, cuyo aroma especiado a canela y clavo les calentaba el corazón.
Al llegar la tarde y brillar las primeras estrellas, Anton y Antonia se sentaron junto a la ventana de su taller. Afuera, los copos de nieve danzaban bajo la luz de los faroles como pequeños bailarines en un escenario. “¿Sabes?”, murmuró Antonia con el corazón lleno de alegría, “este día fue verdaderamente mágico. No es solo hornear… es el tiempo que compartimos.”
Anton asintió mirando la noche tranquila. “¡Eso es! La Navidad no se trata solo de regalos o comida deliciosa – se trata de pasar tiempo con quienes amamos.” Y a la luz cálida de la vela, ambos sintieron en el corazón la magia del compañerismo.
La noche se fue deslizando suavemente hacia el mundo de los sueños, dejando un toque especial de magia en el aire. Para Anton y Antonia estaba claro: el verdadero regalo de la Navidad no estaba solo en las galletas deliciosas o en las luces brillantes. Estaba en las risas, en los recuerdos y en los momentos compartidos que hacían esta temporada tan única.
Y así terminó su día navideño en el pequeño taller de duendes—lleno de alegría, amor y el dulce sabor de las galletas recién horneadas—listos para muchos días más de Adviento en compañía de sus amigos.


