Ventana del calendario de adviento
el 24de diciembre
El viaje mágico de Santa Claus
Hoy era el día que todos habían estado esperando: ¡el día de Navidad!
En la tierra nevada del norte, los renos de Santa Claus se preparaban para su gran viaje. Su pelaje oscuro brillaba bajo la luz del sol naciente mientras esperaban frente al majestuoso trineo, cargado de coloridos regalos. Era un espectáculo impresionante: el trineo resplandecía como un cielo estrellado, decorado con campanitas que tintineaban alegremente. Santa Claus, un hombre redondo y alegre con una larga barba blanca y un traje rojo con blanco, subió con entusiasmo al trineo. “¡Vámonos, amigos míos!”, exclamó con una voz cálida como la miel.
Con un suave impulso, el trineo se elevó en el aire fresco de la mañana. Los renos volaban por el cielo despejado, y me imaginé cómo se vería el mundo desde las alturas: los bosques nevados parecían una manta gigante de algodón dulce. Santa sabía que su primera parada sería la línea internacional de cambio de fecha, justo sobre el inmenso océano Pacífico. Sonrió al pensar en los niños de las Islas Line en Kiribati; serían los primeros en abrir sus regalos.
Después de un largo vuelo, aterrizó suavemente en una pequeña playa de arena. Las palmeras susurraban con la brisa y el aroma salado del mar lo abrazó como un viejo amigo. Los niños bailaban de alegría mientras él repartía los regalos. Sus ojos brillaban como estrellas en el cielo nocturno, y podría jurar que incluso las olas del mar se detuvieron un instante para aplaudir.
Una vez entregados todos los obsequios, los renos retomaron el vuelo. Dieron la vuelta al mundo entero: sobre montañas nevadas, ciudades relucientes y campos inmensos, hasta llegar a las costas soleadas de Samoa. Allí, los niños disfrutaban sus sorpresas: juguetes coloridos y delicias deliciosas llenaban el aire de alegría como fuegos artificiales de aromas y risas.
Tras casi 50 horas de viaje sin descanso, el trineo finalmente estaba vacío, y Santa Claus, cansado pero feliz. Sabía que era hora de volver. Los renos levantaron el trineo por última vez y volaron de regreso a su hogar cubierto de nieve. Al cruzar las puertas del pueblo navideño, una ola de cansancio lo envolvió.
Apenas aterrizó, hizo lo único que se le ocurrió: se acurrucó en su cama suave y durmió profundamente durante toda una semana. Durante ese tiempo, los duendecitos navideños caminaban de puntitas por el taller, lo limpiaban todo y comenzaban los preparativos para el próximo año. Pero también encontraban tiempo para celebrar – tal vez con una taza de chocolate caliente o una galletita recién horneada.
Y así, después de su gran viaje, Santa Claus siguió viviendo no sólo para sí mismo, sino para todos los niños del mundo cuyos sueños hace realidad cada año. Porque la verdadera magia de la Navidad no está solo en los regalos, sino en el brillo de los ojos infantiles y en ese sentimiento de amor y unión que nos envuelve a todos.
¡Feliz Navidad!


