Ventana del calendario de adviento
el 18de diciembre
Cómo los duendes navideños se encargan de los regalos de Navidad
Érase una vez en un pequeño pueblo cubierto de nieve, donde las luces navideñas ya brillaban en las ventanas y el aroma de galletas recién horneadas flotaba en el aire. ¡Solo faltaban seis días para Navidad! La emoción se sentía por todas partes, pero en el misterioso taller de los duendes al pie de la montaña nevada, reinaba una actividad incesante. Allí vivía Anton, un duende alegre con un gorro rojo que casi le cubría los ojos. Su corazón latía por la magia de la Navidad y por la felicidad de los niños.
El taller estaba lleno de vida y de luces. Por todos lados había regalos coloridos y luces centelleantes, mientras las risas de sus amigos duendes resonaban con alegría.
—¿Viste la carta de deseos de Lena? ¡Quiere un perrito! —exclamó Anton emocionado, mientras trepaba por una gran pila de cartas. El aroma a pino fresco y canela flotaba como una promesa de alegría navideña.
Con cada carta que revisaban, Anton sentía un cosquilleo de emoción en la panza. Podía imaginar los ojos brillantes de los niños al abrir sus regalos en Nochebuena.
Pero de pronto, se dio cuenta de que faltaba una carta: ¡la de Timmy!
—¿Dónde está la lista de deseos de Timmy? —preguntó preocupado. Las miradas confundidas de sus amigos le confirmaron que ellos tampoco sabían.
Todos juntos emprendieron una aventura a través del paisaje nevado, mientras copos grandes caían del cielo y convertían el mundo en un brillante cuento de hadas invernal. El crujir de la nieve bajo sus pequeños pies los acompañaba en el camino.
—¡Quizás la colgó en el árbol de Navidad! —sugirió Lila, una duendecilla de ojos brillantes.
Al llegar a la plaza del pueblo, encontraron un gran árbol decorado con esferas de colores y cintas brillantes. Miraron hacia arriba con esperanza—¡y ahí estaba! Varias cartas colgaban entre las ramas, incluida la de Timmy.
Anton suspiró aliviado y con una enorme sonrisa dijo:
—¡Solo tenemos que bajarla! —y organizó todo para traer una pequeña escalera.
Al bajar la carta, descubrieron que Timmy no pedía algo grande—solo un pequeño deseo: un libro de aventuras con dragones.
De regreso en el taller, Anton y sus amigos trabajaron sin descanso para cumplir todos los deseos a tiempo. Cada paso era una alegría: el golpeteo de las herramientas, el crujir del papel de regalo y las canciones alegres llenaban el aire con espíritu navideño. Cuando por fin ataron el último moño, Anton sintió una ola de felicidad.
No era solo la emoción de regalar—era saber que habían creado algo maravilloso juntos.
En Nochebuena, los duendes se reunieron alrededor de la gran mesa del taller y disfrutaron tazas de chocolate caliente y galletas recién horneadas. Afuera, la ventisca golpeaba suavemente los cristales y las estrellas brillaban como pequeños diamantes. Anton sabía que lo más importante de la Navidad no eran solo los regalos ni la cena—eran los momentos compartidos, las risas y la alegría de dar.
Así que cerraron los ojos y enviaron buenos deseos al cielo para todos los niños del mundo. Y cuando la estrella de Navidad brilló más fuerte que nunca, se escuchó un suave “¡Jo jo jo!” en la noche fría—era Santa Claus, volando rumbo a todos esos pequeños corazones llenos de ilusión.
Y así llegó nuevamente la Navidad—llena de amor y ojos que brillaban de emoción.


