Ventana del calendario de adviento
el 12de diciembre
El duendecillo Anton y el regalo de Navidad
Había una vez, en un pequeño y nevado pueblito escondido en lo profundo de un bosque encantado, un duendecillo navideño llamado Anton. El aire era fresco y cristalino, impregnado con el dulce aroma de las agujas de pino y galletas recién horneadas. En medio de este paraíso invernal, Anton, con su chaquetita roja que brillaba bajo la luz de la luna, trabajaba en su acogido taller lleno de materiales coloridos y luces resplandecientes.
Los días antes de Navidad pasaban volando, y la ilusión se sentía en el ambiente como el suave perfume de las estrellas de canela. Anton guardaba un secreto muy especial: quería preparar un regalo para su mejor amiga, Antonia, quien con su sonrisa cálida y sus ojos brillantes iluminaba cualquier lugar. Pero, ¿qué podía regalarle? Tenía que ser algo único, algo que tocara su corazón.
Con una taza de chocolate caliente entre las manos, Anton se sentó en su vieja mesa de madera, desgastada por los años de trabajo. Las estrellas brillaban curiosas desde la ventana mientras él escuchaba el suave tintinear de sus herramientas. ¡Y de pronto, tuvo una idea! Haría una cajita de música que tocara la melodía de su canción favorita—la misma que solían cantar juntos bajo el gran árbol del bosque.
Con dedicación y mucho cariño, Anton se puso a trabajar. Cortó, lijó, pintó, pegó—cada movimiento impregnado de amor. Los alegres sonidos de su taller se mezclaban con la nieve que caía en silencio, cubriendo el mundo con una capa brillante. Mientras trabajaba, imaginaba la expresión de Antonia al abrir su regalo, y su corazón latía de emoción.
El tiempo pasó volando, y finalmente llegó la Nochebuena. Anton no podía quedarse quieto de los nervios. La luna iluminaba la noche con un resplandor plateado, y cuando las estrellas ocuparon su lugar en el cielo, Anton salió rumbo a casa de Antonia con el regalo bien envuelto bajo el brazo y el corazón latiendo como un tambor.
Cuando llegó a la puerta, bañado en la luz cálida que salía por la ventana, se detuvo un instante. Era un momento mágico—la esencia misma de la Navidad. Tomó aire y tocó suavemente la puerta. Al poco tiempo, Antonia apareció, envuelta en un halo de luz. Sus ojos se abrieron con alegría y asombro.
“¡Anton! ¿Qué haces aquí?”, exclamó, con una sonrisa más brillante que cualquier estrella de Navidad.
“Tengo algo para ti”, murmuró Anton, algo nervioso, mientras le entregaba el regalo. Al desenvolver la cajita de música y escuchar su melodía, Antonia soltó una risa tan pura y alegre como el canto de los pájaros en primavera.
“¡Oh Anton, es hermosa!”, exclamó emocionada, abrazándolo con fuerza. En ese instante, Anton supo que todo había valido la pena. No era solo el regalo, sino el amor y los recuerdos que lo hacían tan especial.
Y así, se sentaron juntos bajo el cielo estrellado, mientras la dulce melodía flotaba en el aire helado. El mundo pareció detenerse por un instante—lleno de amistad y ternura. Anton comprendió que la Navidad no solo era dar regalos; era compartir el corazón.
La historia navideña de Anton no terminó con un simple obsequio, sino con una verdad que brillaría para siempre: los verdaderos regalos son aquellos que se hacen con amor—y su luz perdura mucho después de que termine la temporada festiva.


