Ventana del calendario de adviento
el 1 de diciembre
Anton el duende navideño y el enredo de la época de Adviento
Érase una vez, en una fría mañana de diciembre, cuando el duende navideño Anton saltó de su camita acogedora con un enorme bostezo. El aire olía dulce, a galletas recién horneadas, y los primeros copos de nieve danzaban felices por el cielo, como si quisieran anunciar la llegada de la magia navideña.
Anton no era un duende cualquiera. No, él tenía un don muy especial: ¡podía olvidar justo las cosas que no debía olvidar! Y hoy, 1° de diciembre, era muy importante que recordara una cosa: ¡los calendarios de Adviento para los niños del pueblo!
Con un alegre “¡Jo jo jo!” y un pequeño brinquito, Anton se puso en camino hacia el taller navideño. El sendero estaba cubierto de cristales de nieve brillantes que relucían como diamantes bajo el sol.
“¡Este va a ser un día increíble!”, murmuró para sí mismo, mientras agarraba un puñado de nieve para lanzárselo juguetonamente a una rama de pino desprevenida.
Al llegar al taller, fue recibido de inmediato por sus compañeros duendes.
—¡Oye, Anton! ¿Ya terminaste los calendarios de Adviento? —gritó una duendecilla llamada Lilli, que intentaba equilibrar una enorme bolsa llena de bastones de caramelo.
—¿Eh?… ¿Calendarios de Adviento? —pensó Anton en voz alta, y de pronto se dio cuenta de que había olvidado ¡lo más importante!
—¡Ay no!
Se lanzó al trabajo de inmediato, mientras los demás duendes reían y le aventaban bastones de caramelo de vez en cuando.
—¡Apúrate, Anton, que ya casi llega Santa Claus! —gritó uno, y Anton no pudo evitar sonreír.
Mientras envolvía regalos y los decoraba con papel de colores, comenzó el caos. Un paquetito se le resbaló de las manos, voló por el aire y fue a caer justo dentro de la bolsa de bastones de Lilli.
—¡Eso no estaba planeado! —dijo riendo, y se comió una galleta para darse valor.
Y así siguió todo el día. Regalos volaban, bastones de caramelo iban y venían, y Anton logró empacar los primeros calendarios de Adviento justo a tiempo.
Se sentía como un verdadero maestro del taller… aunque más bien parecía una loca fiesta navideña.
Cuando el sol se ocultó y las luces del taller comenzaron a brillar, Anton levantó un calendario y lo sostuvo en alto.
—¡Niños del mundo, prepárense para la época más hermosa del año! —gritó con una enorme sonrisa.
Y mientras los otros duendes aplaudían y celebraban, Anton sabía algo muy importante: aunque a veces fuera olvidadizo, la Navidad siempre era una época llena de alegría, risas y, por supuesto… un poquito de caos.
Así comenzó la mágica temporada de Adviento, y el duende navideño Anton no podía esperar a vivir los próximos 24 días llenos de sorpresas y diversión.


