Ventana del calendario de adviento

el 8 de diciembre

Los duendes navideños y los renos de Santa Claus

Había una vez, en un pueblo nevado donde el aire olía a pan de jengibre recién horneado y canela, copos de nieve caían suavemente del cielo y se posaban como un manto brillante sobre los techos de las pequeñas casitas. En medio de este paraíso invernal vivía el alegre duende Anton, un pequeño con un gorro rojo y una sonrisa tan cálida que podía iluminar la noche más oscura.

Anton tenía una tarea muy especial: ayudar a Santa Claus a preparar los regalos para los niños de todo el mundo. Pero esa mañana todo se sentía diferente. Mientras trabajaba con sus amigos duendes en el taller de Santa envolviendo paquetes de colores, sintió un cosquilleo en el estómago—una mezcla de emoción y curiosidad.
“¡Quiero ver a los renos!” exclamó de repente, mirando a sus amigos con ojos ansiosos.

Con un decidido asentimiento, Anton se encaminó hacia el establo donde vivían los majestuosos renos. El aire frío lo envolvía como un abrazo helado mientras avanzaba por la nieve brillante. El sonido de sus pequeños pasos se mezclaba con el suave susurro de los abetos y el titilar de las estrellas en el cielo.

Al llegar al establo, ante él se abrió una escena maravillosa: los renos estaban en sus puestos, sus grandes y dulces ojos brillaban bajo la luz cálida de lámparas de colores. El aroma a heno fresco y un toque de canela llenaban el ambiente. Anton apenas podía creer lo grandes y fuertes que eran. El reno más grande, con un magnífico par de astas, lo miró con curiosidad.
“Soy Blitzen,” dijo con una voz que sonaba como campanitas.

“¡Hola, Blitzen!” respondió Anton emocionado, sintiendo un calorcito en el corazón. “¡He oído tanto sobre ustedes! ¡Son los renos más rápidos del mundo!” Blitzen asintió orgulloso y sus amigos resoplaron en señal de acuerdo.
“¿Quieres vernos entrenar?” preguntó.

La expectativa burbujeaba en Anton como un arroyo en primavera. Junto a Blitzen y los demás renos se dirigió a un prado cercano cubierto de nieve brillante. Las estrellas titilaban sobre ellos como pequeños diamantes en el cielo mientras Anton miraba asombrado cómo los renos galopaban en la noche. Era un espectáculo lleno de gracia y elegancia—cada uno saltaba alto en el aire dejando nubes de nieve centelleante.

Mientras entrenaban, Anton sentía el viento frío en sus mejillas y su corazón latiendo de emoción. “¿Cómo se siente volar por el cielo?” preguntó con curiosidad a Blitzen.
“Es una sensación de libertad,” respondió Blitzen con un brillo en los ojos. “El mundo debajo de nosotros es un gran cuento de hadas de luces y colores.”

Finalmente llegó el momento en que Anton pudo vivir algo muy especial: ¡junto a Blitzen voló por los aires por un instante! El aire frío lo envolvía como una melodía alegre mientras el viento le acariciaba el cabello y le daba una alegría indescriptible. Se sintió tan ligero como una pluma y todas sus preocupaciones desaparecieron.

De regreso en el establo, Anton se sentó en un banquito, cansado pero feliz.
“¡Fue increíble! ¡Gracias por dejarme vivir esto!” exclamó con el corazón lleno de gratitud.

Esa noche Anton durmió profundamente bajo el cielo estrellado, soñando con renos voladores y aventuras mágicas. Y mientras respiraba tranquilo, supo que la Navidad no es solo tiempo de regalos, sino también de amistad y experiencias inolvidables.

Pensamientos finales
Así fue como el pequeño duende Anton no solo envolvía regalos, sino que también hizo nuevos amigos—los renos de Santa Claus. Y cuando sopla el viento invernal y caen los primeros copos de nieve, tal vez se escuche la risa de un pequeño duende que vuela junto a sus amigos por el cielo nocturno, porque el verdadero regalo de la Navidad es la alegría de estar juntos.

¡Feliz Navidad!