Ventana del calendario de adviento
el 16de diciembre
Un Cuento Navideño: La Visita del Duende Anton a los Montes Metálicos
Había una vez, en un paisaje invernal cubierto de nieve, un pequeño duende navideño llamado Anton. Su hogar era un lugar acogedor, lleno de luz cálida y actividad alegre, donde el aroma de galletas recién horneadas flotaba en el aire. Pero en esta época tan especial, Anton sentía un cosquilleo en el estómago: una curiosidad inmensa por descubrir el mundo mágico de las tradiciones navideñas. Así que decidió emprender un viaje a los Montes Metálicos, el corazón de la Navidad alemana.
Cuando Anton llegó a las colinas nevadas de los Montes Metálicos, parecía que una manta brillante de algodón de azúcar cubría todo el paisaje. Los árboles estaban cargados de nieve que brillaba como diamantes bajo el sol de la mañana. Una brisa suave llevaba el dulce aroma de almendras tostadas y vino caliente, guiándolo hacia el idílico pueblo navideño de Seiffen. Al llegar, se maravilló con los puestos decorados con cariño, repletos de artesanías de madera hechas a mano: pirámides navideñas, hombres de incienso y cascanueces de todos los colores y formas.
Escuchó las risas alegres de los niños que bailaban alrededor de una gran pirámide navideña. Las velas encendidas emitían una luz cálida y envolvente que llenaba el ambiente de magia. Con los ojos bien abiertos, Anton admiraba la variedad de artesanías en madera y sentía el latido del pueblo. “¡Este lugar es verdaderamente mágico!”, pensó.
Justo cuando estaba por alejarse de las luces y sonidos festivos, vio una pequeña tienda con un letrero de madera escrito a mano: “Maestro Füchtner – Arte en Madera”. Lleno de curiosidad, tocó la puerta y entró. El aire estaba impregnado del aroma cálido de la madera recién lijada y la resina de abeto. El Maestro Füchtner, un hombre mayor con barba blanca y ojos brillantes, trabajaba en una nueva figura de cascanueces. “¡Bienvenido, pequeño duende! ¿Qué te trae por aquí en esta época tan especial?”
Anton se presentó y le pidió al maestro que le contara sobre la tradición del tallado en madera. El maestro sonrió y comenzó a explicar: “Aquí en los Montes Metálicos, estamos orgullosos de nuestro arte. Cada cascanueces cuenta su propia historia, cada hombre de incienso tiene su lugar en nuestra tradición. Las figuras se tallan con gran cuidado – es como la vida misma: llena de paciencia, dedicación y un poco de magia.”
Fascinado, Anton escuchaba mientras el maestro le mostraba cómo la madera cobraba vida bajo sus manos expertas. Escuchaba el desliz suave del cuchillo tallador y sentía el polvo de madera entre sus dedos – tan suave como la nieve recién caída. Mientras trabajaban juntos, Anton encendió uno de los famosos conos de incienso de la región. El aroma a resina de abeto llenó el ambiente y le recordó a noches acogedoras frente a la chimenea.
El tiempo voló, y pronto cayó la noche. La penumbra cubría el pueblo mientras las luces del mercado navideño brillaban como estrellas en el cielo. Anton se despidió del Maestro Füchtner con el corazón lleno y un pequeño cascanueces en la mano – no era perfecto, pero sí único y hecho por él mismo.
De regreso por el bosque nevado, pensó en lo maravilloso que era crear algo con sus propias manos. Cada corte en la madera le había enseñado algo nuevo; la combinación de tradición y creatividad lo llenaba de alegría.
Cuando finalmente regresó a casa, supo que ese viaje lo acompañaría para siempre. No solo había descubierto la belleza del arte navideño, sino también el verdadero secreto de dar: que la felicidad real está en compartir la alegría.
Así se sentó frente a su pequeña chimenea, con el cascanueces en la mano y una calidez en el corazón. Porque la Navidad no es solo un tiempo de regalos; es un tiempo para estar juntos – un rayo de luz en los días oscuros que nos une a todos.
Y con una sonrisa en los labios, Anton se quedó dormido – listo para muchas más aventuras en nombre de la magia de la Navidad.


