Ventana del calendario de adviento
el 15de diciembre
El duende navideño Anton y el paseo en trineo
En la silenciosa y nevada noche antes de Navidad, cuando las primeras estrellas brillaban en el cielo como pequeños diamantes sobre terciopelo, el duende navideño Anton se encontraba en su acogido taller. El aroma de galletas recién horneadas llenaba el aire, mezclándose con el toque cálido de canela. Anton acababa de envolver algunos regalos cuando escuchó un suave golpecito en la puerta. Eran sus amigos: Lilli, la alegre duendecita con gorro rojo, y Max, el duende curioso con enormes lentes redondos.
“¡Vamos, Anton! ¡Hagamos algo divertido!”, exclamó Lilli con una sonrisa brillante. Su entusiasmo era contagioso. Anton no pudo resistirse. “¿Qué tienen planeado?”, preguntó, mientras su corazón latía más rápido de emoción.
“¡Vamos a deslizarnos en trineo! ¡Y Rudolph también viene!” Max no podía dejar de moverse por la emoción. El corazón de Anton se llenó de alegría — ¡pasear en trineo bajo el cielo estrellado con Rudolph, el reno de nariz roja! Sonaba perfecto.
En cuestión de minutos, ya estaban bien abrigados: chaquetas gruesas, bufandas coloridas y botas que crujían al pisar la nieve fresca. Al salir del taller, el aire helado los envolvió como un suave soplo de escarcha. Encima de ellos, la luna llena brillaba intensamente, como si quisiera mostrarles el camino.
Afuera los esperaba Rudolph — su brillante nariz roja destellaba alegremente en la oscuridad. “¿Listos para la aventura?”, preguntó con una sonrisa contagiosa. Juntos cargaron el trineo hasta la cima de la colina, donde la nieve brillaba como azúcar glas. La vista era mágica; todo parecía un cuento invernal encantado.
“¡En sus marcas, listos, fuera!”, gritó Anton, colocándose al frente del trineo. Lilli y Max se acomodaron detrás. Con un empujón fuerte, se lanzaron cuesta abajo — el viento les silbaba entre el cabello y sus corazones latían de pura emoción. Reían y gritaban de alegría mientras el trineo se deslizaba por la nieve brillante.
El sonido del trineo se mezclaba con las carcajadas de los amigos y el suave tintinear de los cascabeles del arnés de Rudolph. El mundo a su alrededor brillaba con vida — los copos de nieve bailaban en el aire como pequeñas hadas, y la noche estaba llena de felicidad indescriptible.
Después de un rato, volvieron a subir para otra vuelta. Un rayo de luna iluminó justo la nariz de Rudolph, haciéndola brillar como una estrellita en la oscuridad. “¡Esta es la mejor Navidad de todas!”, gritó Anton lleno de alegría.
Cuando por fin regresaron al taller, cansados pero felices, las velas sobre la mesa aún brillaban cálidamente. El aroma a galletas los envolvió como una manta acogedora. Se sentaron juntos y disfrutaron de un chocolate caliente — cada sorbo sabía a aventura y amistad.
En ese momento mágico, Anton entendió: la Navidad no se trata solo de regalos, sino de compartir momentos y crear recuerdos inolvidables con los amigos. Y mientras la nieve caía suavemente y las estrellas brillaban en lo alto, se sintió protegido y feliz — listo para todos los milagros que aún estaban por venir.


