Ventana del calendario de adviento
el 11de diciembre
El duende Anton y la piñata navideña
En una pequeña aldea de duendes cubierta de nieve, donde las luces de la decoración navideña brillaban como estrellas en la noche helada, vivía un pequeño duende llamado Anton. En el aire se respiraba la emoción por la Navidad, y los duendes trabajaban con entusiasmo en los preparativos para la gran fiesta.
Una mañana, mientras la nieve caía suavemente del cielo y cubría el mundo con un manto resplandeciente, Anton se dirigió al mercado. El aroma de galletas recién horneadas y chocolate caliente lo envolvió como un cálido abrazo. Mientras paseaba entre los puestos decorados con alegría, vio algo muy especial: una piñata pintada a mano con forma de huevo cubierto de estrellas. Sus colores brillaban como un arcoíris en el cielo despejado, y lo atrajeron mágicamente.
“¿Qué es eso?”, murmuró Anton fascinado, acercándose. Al tocar la piñata, sintió el cartón suave bajo sus dedos y el crujido del papel. Curioso, le preguntó al vendedor: “¿Cuál es la tradición detrás de esta belleza tan colorida?” El vendedor sonrió con sabiduría y comenzó a explicar: “¡Ah, pequeño amigo! Esta piñata es parte de nuestra tradición navideña mexicana. Representa el bien y el mal, ¡y romperla trae alegría y regalos para todos!”
Con el corazón lleno de curiosidad, Anton regresó a su aldea de duendes. Los demás se reunieron a su alrededor, con los ojos brillando de emoción. “¡He encontrado algo muy especial!”, exclamó Anton, levantando la piñata como si fuera un tesoro de tierras lejanas.
“¿Qué es exactamente, Anton?”, preguntó su mejor amiga Lilly, mientras sus rizos dorados danzaban con el viento invernal. Anton les explicó la tradición de romper la piñata y la diversión de recoger los dulces. Los otros duendes escuchaban atentos mientras les contaba sobre las fiestas alegres en México—las luces de colores, las risas de los niños y el dulce aroma de churros y pan de jengibre.
“¡Eso suena maravilloso!”, gritó Benno, un pequeño duende aventurero. “¡Hagamos nuestra propia piñata y celebremos!” Los ojos de los duendes brillaron de emoción. Corrieron a buscar materiales—tiras de papel de colores, dulces y todo lo que pudieron encontrar con sus pequeñas manos.
Los días siguientes estuvieron llenos de risas, olor a pegamento y confeti por doquier. Juntos construyeron una piñata enorme en forma de estrella navideña, decorada con brillantina y colores tan vivos como sus sueños. Finalmente llegó el gran día—toda la familia de duendes se reunió en el centro del pueblo.
Con un palo hecho de una rama torcida de abeto en la mano, Anton se colocó nervioso frente a la brillante piñata. Sus amigos lo rodeaban con rostros llenos de emoción. “¡A la cuenta de tres!”, gritó Lilly con una gran sonrisa. “¡Uno… dos… tres!” Anton golpeó con todas sus fuerzas—¡un fuerte crujido resonó! Los dulces cayeron como estrellas de colores, mientras los duendes reían y aplaudían de alegría.
En ese instante, Anton se sintió más feliz que nunca. La alegría de regalar y compartir llenó el aire como el aroma dulce de las galletas navideñas. No era solo una fiesta—había nacido una nueva tradición basada en la amistad y la risa.
Desde entonces, la pequeña aldea de duendes se hizo famosa no solo por sus preparativos navideños, sino también por su alegre fiesta de piñatas—un puente entre culturas que contaba historias de alegría y unión.
Y cuando la nieve caía suavemente sobre los tejados, los duendes recordaban ese día especial—las sonrisas de sus amigos, el sonido de la risa y el dulce sabor de la felicidad en sus corazones.


