Ventana del calendario de adviento

el 9 de diciembre

Un cuento navideño en Dresde

Érase una vez, en la encantadora ciudad de Dresde, donde las luces brillaban en la oscuridad como estrellas centelleantes y el aire invernal olía a almendras tostadas y vino caliente, un pequeño duende navideño llamado Anton. Con su gorrito rojo que le cubría hasta las orejas y su mameluco de fieltro verde, era un verdadero maestro en los preparativos festivos. En esta época tan especial del año, cuando el Striezelmarkt abría sus puertas, Anton siempre estaba lleno de emoción y alegría.

Cuando los primeros copos de nieve comenzaron a caer suavemente del cielo y cubrieron el mercado con un manto blanco brillante, Anton se dirigió al Striezelmarkt. Los coloridos puestos brillaban bajo la cálida luz de los faroles, invitando a los visitantes a disfrutar de las delicias navideñas. Mientras caminaba por los callejones estrechos, sentía el viento fresco en sus mejillas y escuchaba las risas alegres de la gente a su alrededor. Era como si toda la ciudad estuviera en armonía con una melodía navideña.

«¡Mmmh, qué rico huele!», murmuró Anton al pasar por el puesto de pan de Navidad recién horneado. El dulce aroma de canela y azúcar lo envolvió como un abrazo cálido. No pudo resistirse y se compró un trocito del famoso Christstollen de Dresde. El primer bocado fue como probar el cielo—jugoso y dulce, con un toque de mazapán y una pizca de amor. Su corazón saltó de felicidad.

Pero Anton tenía una misión: quería encontrar al donador más generoso de la noche—alguien que abriera su corazón a los necesitados. Con pasitos pequeños, se acercó a los coloridos puestos y observó atentamente a las personas. Los abuelitos compraban regalos para sus nietos, mientras los niños corrían con ojos brillantes junto a las estrellas iluminadas. Por todas partes se escuchaba música y risas.

De repente, Anton notó a un joven sentado solo en una mesa. Su rostro era pensativo, casi triste. Observaba a la gente feliz a su alrededor, pero su corazón parecía estar cargado. Anton sintió un tirón en el pecho—quizás podía hacer algo.

Con cuidado, Anton se acercó al joven y se sentó frente a él. “Soy Anton”, dijo con una voz tan suave como el sonido de una campanita navideña. “¿Por qué estás triste en un día tan festivo?”

El joven suspiró profundamente y le contó a Anton sus preocupaciones: había perdido su empleo recientemente y no sabía cómo podría mantener a su familia durante las fiestas. Mientras Anton lo escuchaba, sintió una luz cálida encenderse en su interior. Aquí había alguien que necesitaba ayuda—¡y eso era exactamente lo que él quería dar!

Con una sonrisa brillante, Anton propuso: “¡Hagamos algo juntos! ¿Qué te parece si llevamos una sorpresa a los niños del hospital? ¡Podemos llevarles regalos y alegrarles el día!”

Con cada palabra, la esperanza del joven crecía; su rostro se iluminó como el cielo después de una larga noche. Juntos, idearon su plan: recolectarían donaciones y harían pequeños regalos—todos llenos de amor y calidez.

Al final de la noche, el Striezelmarkt brillaba más que nunca. No solo por las luces o la comida deliciosa, sino porque Anton y el joven habían tocado el corazón del mercado—la alegría y la esperanza de compartir.

Cuando finalmente salí del mercado, el aire frío de la noche me envolvió, pero mi corazón estaba cálido de felicidad. Sabía que no eran solo los regalos lo que hacía especial la Navidad; eran los pequeños actos de bondad, de compartir y convivir con los demás. Y en medio de todo ese brillo y resplandor, supe que la verdadera magia vive dentro de todos nosotros.

Y así, Anton regresó con sus amigos duendes al bosque—lleno de alegría por la bondad de las personas y con la certeza de que la Navidad siempre trae nuevos milagros.