Ventana del calendario de adviento

el 2 de diciembre

Antón, el duende de Navidad y la carta de deseos perdida

En el brillante mundo invernal de la Villa de Navidad, donde la nieve relucía como azúcar glas, vivía un duende alegre llamado Antón. Llevaba un gorro rojo que siempre estaba un poco chueco y una barba blanca y esponjosa que le llegaba hasta el pecho. En su taller acogedor, lleno de lucecitas y de los cantos felices de otros duendes, Antón se preparaba para la Navidad.

Una mañana luminosa, el aire olía a pan de jengibre recién horneado. Antón y su amiga Antonia se sentaron frente a una mesa redonda muy grande. Delante de ellos había montones de coloridas cartas con los deseos de muchos niños, cada una llena de sueños y esperanzas.

—¡Mira, Antón! —exclamó Antonia, levantando una tarjeta naranja—. Dice: ¡Una bicicleta nueva! ¡Este es el deseo de Timmy!

Antón sonrió, imaginando la cara de Timmy en la mañana de Navidad. Pero de pronto se detuvo. Su corazón dio un brinco.
—Antonia… ¿dónde está la carta de Clara? —preguntó preocupado. Clara era una niña tímida del pueblo vecino, y siempre escribía los deseos más tiernos.

Antonia frunció el ceño.
—No la veo. ¿Se habrá escondido entre las demás?

Buscaron entre las cartas, mientras el aire se llenaba con el aroma de canela y clavo. Antón comenzó a inquietarse. ¿Y si Clara no recibía su deseo de Navidad? Solo pensarlo le dio un escalofrío.

—¡Tenemos que encontrarla! —dijo decidido.

En ese momento escuchó un suave ruidito. Debajo de la mesa, casi escondida en la sombra, brillaba una hojita arrugada. Antón la recogió rápidamente.

—¡Antonia! ¡Aquí está! —gritó emocionado.

En el papelito se leía: Deseo un amigo con quien jugar.

Los ojos de Antón se llenaron de ternura.
—Es el deseo más hermoso que he visto —susurró.

Entonces, él y Antonia se pusieron a trabajar. Prepararon un regalo especial que le daría a Clara el amigo que tanto anhelaba. El taller se llenó de risas y alegría mientras envolvían todo con cuidado.

Y cuando por fin llegó la mañana de Navidad, Antón entendió que la Navidad no era solo sobre los regalos. Era sobre el amor, la amistad y las pequeñas cosas que calientan el corazón. Al entregar los obsequios, sintió la verdadera magia de la Navidad: compartir la alegría y regalar sonrisas.